lunes, 13 de agosto de 2012

¡Tanto canto encarcelado!




Por Ingrid Storgen, ANNCOL
Cada vez que escucho hablar del drama de las cárceles donde pagan –los pobres- su osadía por trinar canciones libertarias, además de indignación y tristeza percibo una realidad tan descarnada que es imposible describir.
Visualizo los lugares de hacinamiento como una gran jaula que sólo el brazo de la injusticia puede diseñar. Jaula forjada con el hierro del odio, donde se desvanece la esperanza aunque no llegue a morir del todo, porque no existe encierro capaz de detener el canto que trasciende, pese a la infamia, cada uno de los barrotes oxidados.
Colombia da un triste ejemplo de esa injusticia, aunque el mundo parezca, muchas veces, mirar hacia otro lado.
En las mazmorras, más de 7500 prisioneros y prisioneras, resisten las crueldades más aberrantes, ellos son: estudiantes, obreros, campesinos, profesionales, intelectuales, poetas, músicos, amas de casa, ancianos, jóvenes, todos bajo el denominador común que los envuelven entre dos palabras que contienen la fuerza del heroísmo: luchadores populares.
Allí, donde exista una cárcel, los internos, además de ser víctimas de tremendas injusticias, ven correr el tiempo concientes que, pese a tanto dolor, llegará el día en que el mundo será distinto.
Tan distinto como ellas y ellos lo soñaron cuando pretendieron ser los orfebres que forjarían el espejo del futuro en una tierra partida en dos, donde manos criminales engarzaron la piedra del odio.
Mundo descolocado este, en que la tristeza parece haber dejado su semilla que no termina de morir, como debiera.
Compartimos los testimonios de esos compañeros y compañeras que siguen trinando su canto más allá del tormento. Luchadores que no son guerrilleros, ni terroristas aunque descarguen sobre ellos y ellas esa falacia, queriendo, con ello, justificar lo injustificable.


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