martes, 19 de febrero de 2013

¿Estallido carcelario en 2013? Por Iván Cepeda






Publicado en El Espectador 13 de febrero 2013


Uno de los grandes especialistas en la investigación del sistema carcelario y penitenciario colombiano, Michael Reed, escribió hace poco: “Día tras día el hacinamiento carcome el cuerpo y el espíritu de miles de hombres y mujeres presos. Día tras día el Estado mantiene en edificios decrépitos a miles de humanos como vacas rumbo al matadero. El espacio ardiente de sitios que llaman Bellavista y Villahermosa destruye minuto a minuto la humanidad de jóvenes que se vuelven viejos en el encierro.

Segundo tras segundo, la vida de un preso transcurre bajo peligro de enfermedad o de muerte. El encierro en estas condiciones vuelve loco a cualquiera”. Quien no haya estado allí, no haya ido y visto, no lo cree. O si lo cree, no logra sentir las profundidades de la degradación que alcanza el ser humano en nuestras cárceles. O si lo siente, no lo considera indignante. Y eso es hasta cierto punto comprensible: una sociedad en la que cualquier atrocidad es admitida y trivializada, ¿por qué habría de sobrecogerse ante el horror en que viven quienes han sido inculpados o condenados por delitos y crímenes?

Ese letargo colectivo es de vez en cuando interrumpido. El año anterior en al menos cinco cárceles del país se presentaron brotes epidémicos de enfermedades como tuberculosis y varicela en sitios en los que impera alto grado de hacinamiento. Cualquier asistencia médica en tales circunstancias es compleja. Incluso el aislamiento y la cuarentena cuando se presenta la saturación de los más recónditos espacios de reclusión pueden mostrarse insuficientes. Pero, en Colombia ni siquiera ese escenario es el peor. Dado que la “crisis” carcelaria se encadena a la “crisis” del sistema de salud –esto es, con la ausencia de cualquier atención médica en las cárceles- la desesperada solución es el traslado de los enfermos, lo que amenaza crear una eventual multiplicación de las fuentes epidémicas en varias cárceles.
En los últimos cinco años, se han presentado 500 muertes de reclusos en todo el país. De acuerdo con información de la Defensoría del Pueblo, a septiembre de 2012 se habían presentado 1.283 tutelas por fallas en el servicio de salud en 110 cárceles.

En materia de hacinamiento basta con advertir lo que sentencian recientes decisiones judiciales. El Tribunal Administrativo de Antioquia al fallar contra el Estado, obligándolo a indemnizar a un preso, definió el hacinamiento como una condición que “resquebraja los derechos de los reclusos, ya que los lleva a sobrevivir en condiciones humillantes, inauditas y agraviantes”. Cada mes llegan a las cárceles del país 1.100 presos nuevos. Ya se han adoptado medidas extremas como el ‘pico y placa’ para las visitas. Tan insoportable es el estado de hacinamiento que muchos internos piden a sus familiares que no los visiten por vergüenza a atenderlos en condiciones tan degradantes.

En los últimos meses del año pasado se registraron múltiples acciones de protesta y movimientos –cada vez más coordinados- en al menos 20 cárceles por parte de los prisioneros e incluso de los guardias; actos de desobediencia pacífica que terminaron a menudo reprimidos con métodos violentos.

Como congresista he corroborado todos estos hechos en más de 40 visitas que he practicado en los últimos años a las cárceles. Siempre me impactan los terribles testimonios e imágenes de esta realidad dantesca. En Bellavista, un interno se quejó de que los baños son degradantes, puesto que la gotera cae con el orín de los pisos superiores. Aseguró que habían solicitado autorización para ingresar herramientas y materiales buscando solucionar este problema para que “por lo menos quienes duermen en el baño puedan hacerlo bien”. En Puerto Triunfo –la cárcel que se encuentra al lado de la hacienda Nápoles- los presos coordinadores de derechos humanos en los patios definieron su situación diciendo que los animales del zoológico de Pablo Escobar viven mejor que ellos, y para ilustrarlo llevaron a la reunión a un hombre que por semanas había mantenido una huelga de hambre con los labios cosidos. En Picaleña, los reclusos se quejaron de que las ciones de comida eran tan reducidas que padecían siempre hambre, a lo que las prisioneras agregaron que para ellas era peor porque les daban porciones más pequeñas aun aduciendo que “las mujeres comen menos que los hombres”.

Está demostrado que ni la construcción de nuevas cárceles, ni la privatización del sistema son medidas adecuadas para resolver esta situación cada vez más insostenible. El trámite de la reforma al Código Penitenciario y las medidas de transformación que ha propuesto la Ministra de Justicia son una buena oportunidad para que se abra el debate nacional sobre esta grave problemática. De lo contrario, será una tragedia de grandes proporciones o un paro nacional penitenciario indefinido los que pondrán al desnudo ante la opinión el macabro estado de las cárceles del país.

Incluso cuando la sociedad se acostumbra a que el umbral de lo que se considera digno para el ser humano sea tratado en la forma más elemental, llega el momento del brusco despertar. Podrá decirse que es alarmismo o paranoia, pero se ve venir el estallido, la explosión, de las bombas de tiempo que son las cárceles colombianas. Es probable que sea este año. O tal vez el siguiente.

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